Por resistir al fascismo, España cambió la situación en Europa. Provocaba tensión entre el gobierno conservativo inglés y el de Francia, ideológicamente próxima a la República del Frente Popular. No obstante, los líderes del Frente Popular francés, asustados tanto por la revolución como por el fascismo, de hecho tracionaron a la República española. La guerra en España favoreció el acercamiento de Alemania y Italia, y ambos el Reino Unido y Francia estaban dispuestos a sacrificar a la República española para que Italia volviera a la Triple Entente. La política de pacificación, cuya cúspide fue el Tratado de Munich, fue probada primero en España en forma de así llamada política de no intervención. Por motivos tácticos la URSS participó en ésta. Al haberse asegurado de que los fascistas no habían terminado de soportar el revuelto, el gobierno soviético también inició a prestar ayuda a la República. Por causas ideológicas y de política exterior para la URSS era imprescindible que la República no fuera derrotada. La guerra española no fue sólo la primera guerra de gran escala contra el fascismo, también distraía la atención del Occidente, incluso de los nazis, a la destinación opuesta a las fronteras soviéticas.
Para la marcha de los eventos en la crítica segunda mitad de los 30 España también tenía una gran relevancia como polígono militar y político. España dió una experiencia militar y política inapreciable en tales cuestiones como el papel de la aviación y de la artillería (los tanques fueron menos efectivos), el balance del frente y la retaguardia, etc. Esta experiencia no fue considerada siempre, y en alguna parte dejó de corresponder al momento cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y sus Blitzkriege. Los expertos militares tanto de la URSS como de Francia tenían la posibilidad de asegurarse de que «la guerra de los motores» podía ser posicional, como la Primera Guerra Mundial, lo que causó las errores trágicos de los 1940–1941.
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El arranque de la guerra civil y el armamento general de los ciudadanos activos en la República provocaron no una simple revuelta social-politica sino una profunda revolución social: cambios cualitativos del sistema de la propiedad y del poder. Colectivización (incautación, socialización) industrial en España, sobre todo en Cataluña y Aragón, produjo un sector económico nuevo, diferente de una manera cualitativa tanto del capitalista como del público, en primer lugar, por un sistema desarrollado de la democracia industrial, participación del obrero en adopción de decisiones en la empresa. La actitud negativa de la doctrina anarquista a la democracia como un sistema pluripartidista no les impidió a anarco-sindicalistas extenderla a la esfera de la producción. Apoyándose en las estructuras de uniones obreras, los anarco-sindicalistas y socialistas de izquierda hicieron un paso práctico a eliminar la alienación del productor de los medios de producción. Pero fue sólo un paso.